Cuando la vida hace zig....


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Dedicado a todos los que se ríen, y lloran, y se alegran, y se cabrean, y susurran, y gritan, y dan una voz más alta que otra... A los que dicen lo que piensan y no lo que los demás quieren oir...

Detesto a los psicólogos. Bueno, para delimitar un poco diré que es solo una especie de aversión leve, seguramente no muy justificada porque jamás he ido a ningún psicólogo más allá del que nos mandaban ir en el colegio y que lo solucionaba todo con tests tipo los que salen en cualquier revistita (de ahí sacó que como me gustaba “Shakespeare in Love” y no “Bichos” y de niña hacía dibujos en vez de jugar con “un laboratorio químico de juguete” no me tenía que gustar la ciencia, hábrase visto señor más gilipollas…).

Creo que los psicólogos llegan a un punto al que ya han llegado los farmacéuticos (leer) crear “enfermedades a la carta”, o mejor, enfermedades o problemas para asegurarse el bolsillo. ¿Por qué tienen que poner nombre a todo? (crear cuatromilquinientos tipos de depresión, por ejemplo) , ¿Por qué tienen que alarmar por cosas que son realmente normales? ¡Pues porque viven de eso! ¿Por qué nunca oí a ningún psicólogo en la televisión diciendo que estar triste de vez en cuando es normal? ¿Qué la vida tienen momentos felices y menos felices?, ¿Qué cómo repite Ghanuï, a menudo, “sin lo amargo no existiría lo dulce”?. Sólo se lo he oído a Rojas Marcos, psiquiatra (sí, podemos también poner verdes a los psiquiatras, algunos sueltan con tanta facilidad recetas que te preguntas porque no ponen una máquina expendedora a la puerta de su consulta y acaban antes... "¿Se siente triste? Marque el 11"). A los psicólogos les viene absolutamente de perlas que la gente se frustre por el más mínimo contratiempo, que vea en el más mínimo nubarrón el fin de su felicidad, que crea que nunca podrá superar nada solo. ¿Qué estoy generalizando? ¡Pues claro! ¿He dicho que no lo haga? Y por supuesto, cualquier gremio hace cualquier cosa para asegurarse el negocio. Yo hoy la he tomado con los psicólogos, pero en todas partes cuecen habas...

Mi madre tenía una amiga, K, que estuvo de baja dos años. La pobre mujer era bastante echada "pa’adelante" además de poco pelota y clara (ya se sabe que estas cualidades no gustan mucho en ciertos ambientes laborales…). En el trabajo la hicieron la vida imposible y la llegaron a anular completamente. Necesitaba ir al psicólogo (hasta ahí bien, tenía un problema). Pasaron los dos años y K volvió a su trabajo. Mi madre me anunció que K estaba totalmente “realizada y feliz”.

Ha pasado mucho tiempo, y cada vez que he visto a K, no he tenido ni la más mínima idea de que estuviera feliz, ni siquiera que estuviera “normal”. Los que me conocen saben que “normal” no es un adjetivo que me guste demasiado… Pero lo de K ¡No era normal! Resulta que K se había convertido en algo que me resultaba horrible ver y escuchar. Todo en ella rebosaba “felicidad forzada” (por llamarlo de alguna manera…). Todo eran sonrisas, todo era voz suave… Es difícil describirlo, cuando lo describo normalmente la imito, todo el mundo lo capta y mi padre se mea de risa. K no se alteraba NUNCA, te soltaba su sonrisa más falsa que una moneda de 30 céntimos en cualquier momento y lugar. Su voz, "dulce", impostada como diciendo “Tranquilos, no nos alteremos. PAZ Y AMOR”. Pero lo que sustancialmente me cabreaba, es esa pinta que tenía en plan: "Por fin descubrí la receta de la vida, la filosofía que vale, la manera de alcanzar "la felicidad"" ¿Y eso era "la felicidad"? ¡Entonces, virgencita que me quede como estoy! Si K fuera feliz, si K hubiera estado recuperada, si el psicólogo no se hubiera empeñado en enseñarla “Tú sonríe, relájate, no des una voz más alta que otra y di sí a todo ¡Qué ya ves que problemas te dio abrir la boca y demostrar que tenías algo en el cerebro!” habría sabido que la normalidad, “estar bien”, es tener días buenos y menos buenos, reírte, entristecerte, alegrarte y cabrearte cuando hace falta. Y que cuando te encuentras con un capullo, pues por lo menos te cagas mentalmente en sus muertos y mira, hasta alivia. Eso es estar bien, eso es estar vivo y es lo más cercano a la felicidad que podemos experimentar (al menos para mí…): aceptar nuestros malos y buenos momentos. Pensar que algo va mal pero que no siempre va a ser así y admitir que ahora va bien, pero que puede que no dure demasiado... o sí. La otra “felicidad” no la quiero, que un tío me enseñe que callándose, sonriendo y asintiendo a todo, estando anestesiada, te va bien en la vida, no me hace falta. Hasta la felicidad tiene un precio límite, siempre se ha dicho que los tontos son más “felices”, pero se pierden tantas cosas interesantes de la vida que puede que hasta ni les compense…

- ¿Las cosas te van mal alguna vez, JJ? - preguntó Noel con la boca llena de atún - ¿Estás triste alguna vez?
Se encogió de hombros ante la pregunta.
- Creo que estoy diseñado para la felicidad. Todos los días hay algo nuevo y mágico en la vida. Aunque tengo que admitir que volvería a la infancia sin pensármelo dos veces. El pasado es seguro... -JJ dejó la frase en el aire-. Recuerdo que una vez después de un partido de béisbol...
- Tus compañeros te sacaron en andas, ya sé. Pero de mayor ¿nunca has estado triste o deprimido? Por ejemplo, no sé... ¿Después de perder a alguien de tu familia o... un amigo?
- Bueno, me puse triste cuando papa se reunió con el Hacedor en el noventa y siete, y cuando Cristo acogió a mamá en el cielo en el noventa y uno, y cuando mi novia me dejó en el ochenta y seis. Por supuesto que los echo de menos. Pero estoy agradecido del tiempo que he pasado con ellos. ¿Comprendes?, nadie me puede quitar esa felicidad. Es mía para siempre jamás. Sigo teniendo ese amor dentro de mí y lo llevo dondequiera que vaya. Vive en mi recuerdo.
Noel asintió y tragó.
- ¿Y esas tres veces son las únicas que has estado triste?
-Ha habido otras veces. Pero, vamos, que si quieres un arco iris, tendrás que poner la lluvia, digo yo. Debajo de la nieve se esconde el verano, ¿recuerdas? Si todo fuera perfecto, no valoraríamos nada. --JJ se metió el dedo en la nariz y Noel miró para otro lado-.
Cuando la vida hace zig, ¡entonces tú haces zag!

Los Artistas de la Memoria. Jeffrey Moore. Editorial Maeva.



Aerosmith - Dream On